Calificación: 4/5 Por: Atilio Flores
El mundo planteado desde la perspectiva del capitalismo siempre nos impulsa a razonar si la conducción de la sociedad en la que vivimos nos otorga la verdadera felicidad y, sobre todo, del tan necesario sentido común para poder llevar con prudencia los desafíos que la vida nos impone. Capitán Fantástico revela este paradigma entre la delgada línea que puede significar ser parte del mundo y a la vez no serlo.
La historia creada por Matt Ross nos lleva a conocer como un hombre (Viggo Mortensen) movido por el ideal de transformar su mundo en forma de “una vida sencilla con pensamiento elevado”(*), quien se aleja junto a su esposa y sus seis hijos para vivir bajo un estilo de vida en comunidad con la naturaleza, educándoles de forma meticulosa y extraordinaria comparadas con el pésimo sistema educación que obliga a las masas asentir a cada decisión que toman las clases dominantes.
Ross expone un dilema muy acertado sobre la sociedad contemporánea y la ejemplifica muy bien dentro de la película; ese contraste radical de crecer bajo dos paradigma totalmente excluyente el uno del otro, el comunismo y el capitalismo, y su eterna vorágine y fricciones en contraste con el mundo cambiante bajo las normas que una sociedad impone sobre otra.
Este filme es totalmente revolucionario, algo que los premios de la Academia seguramente detestaron al no nominarla a mejor película del año y mejor guión original, por su contenido altamente antisistémico a lo cual prefirieron relegarla solo a la categoría de mejor actor por las actuaciones de Mortensen.
Aunado a ello, un tema transversal sobre la misma es la aceptación que tiene cada ser sobre si mismo, el uso de sus capacidades e intelecto para defender lo que tiene y lo que es, representando un valor intrínseco en la humanidad: saber quién soy, de dónde vengo, para dónde voy, y sobre todo quién quiero ser en este mundo que esta enfermo de indiferencia hacia lo que desconoce o a lo que se sale de lo “normal”.
Uno de los aspectos técnicos que vale la pena destacar es la fotografía de Stéphane Fontaine, quien también tuvo a cargo la de Jackie (2016), contrastado con el excéntrico y colorido vestuario que los personajes principales utilizan dentro del filme. Además, brilla por si sola la interpretación dulce y melodiosa de “Sweet Child of Mine” de la banda de rock Guns and Roses.
La actuación de Viggo Mortensen en esta entrega resalta la melancolía, mezclada con la desesperanza en la humanidad, llegando a un tono misántropo, un ermitaño que esta cansado del viaje que ha emprendido, pero que sigue fiel a los sentimientos y convicciones que han forjado su carácter.
Similarmente, la actuación por parte de Shree Crocks como Zaja, la penúltima hija de excéntrica familia, podría catalogarse como la actuación más significativa de todo el reparto, que a mi juicio surge como un talento revelación como lo fue el año pasado Jacob Tremblay en “The Room”.
Su discurso narrativo es de gran trascendencia, sin embargo, el final confiere de nuevo a resaltar una nueva posibilidad de lo que se cree correcto, lo que no contrasta para nada con la narrativa mantenida a lo largo del filme, lo que la vuelve irónica y sin sentido. ¿Ser parte de la sociedad te obliga a ser cómo los demás? Yo no lo creo.
(*) Cita retomada de la frase “una vida sencilla con pensamiento elevado”, como un modo de vida en que lo espiritual tiene trascendencia sobre lo material; expuesta por el fundador de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna, A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada.
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