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Romantizar la pobreza en medio de tormentas tropicales y una pandemia

Actualizado: 14 ago 2020


© UNICEF/Meléndez

Por: Atilio Flores

Escrito para Revista Gatoencerrado (16/06/2020)


Después de las Tormentas Tropicales Amanda y Cristóbal en El Salvador, los daños ocasionados en la estela de las lluvias sobre las zonas aledañas a ríos y cárcavas han traído consigo muchos otros panoramas de riesgo y vulnerabilidad, que sumergen en una pesadilla a la pobreza del país.


El marginamiento social que sufre la pobreza en El Salvador deriva de muchas causales, que se ven involucradas intrínsecamente en el desarrollo de políticas públicas en torno a diferentes puntos neurálgicos de la sociedad, tales como los temas de seguridad social, salud, educación, desarrollo social y principalmente la economía.


Según los estudios de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (Fusades), hasta noviembre de 2019, veinte de cada 100 salvadoreños del Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) vivían en condiciones de pobreza. Del 20.5 % que viven en pobreza en el área metropolitana del país, el 3.8 % de ellos se encuentra en pobreza extrema y un 16.7 % viven en condiciones de pobreza relativa, es decir, que no tienen dinero para cubrir la totalidad de la canasta básica alimenticia.


Esta situación no es distante en la realidad total del país, debido a que Fusades determinó, en ese mismo estudio, “que a nivel nacional el 30.9 % de la población salvadoreña vive en pobreza, de los cuales el 7.3 % corresponde a extrema y 23.6 % a una relativa”.


Estos datos no reflejan la actual situación de esta “pandemia sistémica” que se ha vivido por siglos, debido a que en el marco de la crisis sanitaria y humanitaria que ha generado el nuevo coronavirus en el mundo desde principios de este año, muchos han perdido sus empleos debido al quiebre de pequeñas y medianas empresas.


Según los datos del Sistema de Ahorro para Pensiones (SAP), abril de 2020 cerró con 695,355 cotizantes frente a los 740,924 que se registraban hasta febrero de este año. Esta disminución es una de las más bajas registradas desde febrero de 2017. Solo en marzo de 2020 se registraron 13,333 cotizantes menos y, para abril, la cifra aumentó a más del doble con un total de 32,236 personas afiliadas. Ambas cantidades suman un total de 45,569 bajas en el sistema de pensiones solo durante este período de cuarentena.

© José Cabezas / Reuters

Es importante recalcar que los datos oficiales no reflejan la crisis del sector informal, que para 2018, representaba el 72 % del comercio total, según la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador (Camarasal), y que peligra con extenderse frente al cierre obligatorio por la falta de operatividad o bajo las restricciones de movilidad que se han implementado en El Salvador y el mundo.


Ante estos datos, es necesario cuestionarnos si podemos seguir romantizando la pobreza en El Salvador y seguir volviéndola un discurso mediático que apele a la “ayuda simbólica”, a los planes que se estancan en el papel de políticas de campaña y que se robustece con la llegada de nuevas elecciones y situaciones vulnerables como desastres naturales.


Tampoco podemos pecar de fatalistas ante esta situación, que está sumergiendo al país en un retroceso en materia de desarrollo social, que no ve más allá de un asistencialismo que va creando un estancamiento en su progreso y no una verdadera proyección de país. Aunado a ello, se agudiza más la pobreza mediante el análisis de la reducción significativa de las remesas en el país, las cuales han disminuido en los últimos meses.


Según datos del Banco Central de Reserva (BCR) en marzo pasado a El Salvador ingresaron $439.5 millones, lo que representó una caída de alrededor de $52.5 millones frente al mismo período en 2019. Similarmente, abril registró menores envíos de ayuda económica al país con la cantidad de $287.3 millones, lo cual comparado con los $479 millones de dólares que se recibieron en el mes de abril de 2019, significaría un descenso del 40 %, según establecen los estadísticos del BCR.


Ante este panorama desolador en lo que respecta la situación crítica laboral que afronta el país, recrudece por la nueva cuarentena propuesta por el Ejecutivo hasta el 15 de junio, así como la reducción del impulso económico que representan las remesas en el país. No es de dudar que en los próximos meses se avecine una fuerte recesión económica en el sistema social salvadoreño y que incrementen las desigualdades sociales.


Fusades estima que la pobreza aumentaría de 30.9 % a 51.4 % por la reducción del empleo y las remesas, lo que significa que entran 1.36 millones de personas a la pobreza, equivalente a retroceder 22 años; por lo que recuperar la calidad de vida tomará varios años mientras probablemente empujará la migración masiva de más compatriotas.

© Comandos de Salvamento

Por si fuera poco, es de sumarse que la primera semana de junio, El Salvador se ha empapado en un nuevo desastre a nivel de vulnerabilidad y de pérdidas materiales con las Tormentas Tropicales Amanda y Cristóbal; fenómenos naturales que siguen su curso normal por naturaleza, pero nuevamente colocan el dedo en la herida, haciendo reflexionar sobre el verdadero rol que debería ejecutar el Estado en materia de desarrollo social, especialmente que sirva para impulsar nuevamente a los que lo han perdido todo.


Las tormentas de Amanda y Cristóbal han saldado la vida de 27 salvadoreños y se contabilizan al menos diez desaparecidos durante las intensas lluvias registradas a su paso durante siete días consecutivos, las cuales han afectado a casi 30,000 personas, dejando daños cuantiosos en infraestructura vial y alrededor de 900 viviendas dañadas, según informaron las autoridades gubernamentales.


Con ello, nos hace repensar que la mitigación y el nivel de respuesta para apalear los síntomas siempre está presente, mas no para atacar los problemas de raíz. El país ha afrontado muchas tormentas tropicales y cada vez parece que nos toman por sorpresa creando solo una cultura de pánico que sirve para seguir la eterna romantización de la vulnerabilidad.


Claro está que, limitar estas dos variables a la escasa proyección de políticas fiscales y públicas en torno a la mitigación de desastres y la pobreza que ha tenido el país, desde siempre es un tema que puede representar una pequeña arista del iceberg que hay que ponerla a trabajar antes de que termine por hundir el barco.


Es de contemplar y volverse críticos sobre la situación a la que se avecinan los próximos meses en el país para poder valorar sobre qué parámetros reconstruiremos a la sociedad salvadoreña: aquella que espera el acto milagroso de bondad o aquella que tome la bondad y que construya elementos significativos en el desarrollo social.


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