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El día en que el capitalismo se detuvo


Por: Atilio Flores


Cada día de este 2020 parece sorprendernos con avalanchas de noticias que surgen y que van llenando más el imaginario colectivo del caos que va levantando a su paso la pandemia del COVID19.


Diversas teorías han surgido en poco tiempo cuestionando el origen y el verdadero trasfondo de lo que ocurre en el mundo y como aparentemente la catástrofe sanitaria va imponiendo, amenazante, con derrumbar el sistema económico a como lo conocemos hoy en día.


Muchos economistas han analizado que el mercado no ha recibido un golpe tan duro desde la gran depresión ocurrida en 1929 con la caída de la bolsa de valores. Tal como el editorial del Washington Post titula: “O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana”, aludiendo a una serie de hechos que marcan la avaricia que ha constituido el mercado por imponer siempre el confort de pocos sobre la agonía y el sufrimiento de muchos.


“En los últimos doscientos años, nos hemos consumido la energía fósil concentrada de nuestro planeta desde sus orígenes. La danza del capitalismo salvaje va dejando por su paso, la destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta; la explotación inhumana del hombre; y la manipulación de la mente humana para que este de forma sistemática se convirtiera en un rehén de las sociedades de consumo, que sin darse cuenta se convierta en el arma de su propia autodestrucción”. (Washington Post, 25/03/2020)

La mayoría de los gobiernos se están volcando en una dualidad que pone en tela de juicio la finalidad del Estado en relación a la protección de sus ciudadanos o la supervivencia de la empresa privada, con el fin de preservar la realidad económica propia de cada país, así como garantizar la producción de bienes de consumo, los cuales han maquinizado a la humanidad en la búsqueda constante por encontrar satisfacción en los bienes que trae el capitalismo, sin importar atropellar detrás de si a otros bajo la premisa de “el fin justifica a los medios”.


Cualquier teoría de que, si es creado o no el virus, o que si hay un nuevo orden mundial que quiere imponer a ciertas personalidades para manipular las decisiones del globo, parecen risibles ante el verdadero beneficiado de la misma pandemia: el planeta Tierra, que parece ahora liberarse del verdadero virus que son los seres humanos.


Pocas semanas han bastado para comprobar que el mundo se ha detenido y que la inexorable causa del mal en la Tierra somos los seres humanos que atentamos contra nuestro hogar, que irónicamente destruimos día con día al contaminar sus aguas, la tierra y el aire, ante la eminente depredación medioambiental por llenar las arcas financieras.


Este respiro de la naturaleza ha llevado a que disminuyan los niveles de polución de las mega ciudades tales como China e India, caracterizadas por sus liberaciones masivas de dióxido de carbono a la atmósfera.


Según un estudio realizado por el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA), reveló que solo China ha reducido en un 25% su contaminación, un equivalente al 6% de la contaminación total del mundo. Similarmente, India, ha reducido de 40% a un 50% su polución en ciudades como Nueva Delhi y Bombay, tal como mostró la agencia Espacial Europea.


Asimismo, científicos del Servicio Copérnico de Monitoreo Atmosférico (CAMS) detectaron lo que llamaron una gran brecha "sin precedentes" en la atmósfera, sobre el agujero de la capa de ozono que se cernía sobre la región del Ártico, con la reducción de la emisión de CO2 y componentes fósiles a la atmósfera.

Por primera vez en la historia, el crudo está literalmente paralizado en buques de carga, las reservas están completamente inactivas y los depósitos en tierra completamente llenos, tal como menciona la compañía noruega de estudios energéticos, Rystad Energy; y agrega que: “las existencias de crudo en Estados Unidos se llenarán muy rápido a medida que las refinerías continúan reduciendo "enormemente" su actividad debido a la falta de posibilidades de almacenamiento, especialmente para gasolina sin vender”.


El silencio generado por las calles desoladas ante la ausencia de automóviles y cláxones contaminando el ambiente, ha hecho que los animales empiecen a transitar libremente en las tierras que hemos usurpado cada vez más al adentrarnos en su habitad. Vemos incluso como animales marinos ahora se acercan a las costas y a los ríos libres de turistas y lugareños inescrupulosos que comercializaban sobre ellos.


Vemos como los animales son filmados ahora por los seres humanos desde sus casas, temerosos de no salir con el fin de no exponerse al virus. Parece que vivimos en una realidad alternativa en donde ahora que los zoológicos han dado un giro: los animales están libres y los humanos están en sus jaulas.


La naturaleza está tomando en sus propias manos las formas para decirnos ¡Basta ya!, para que mediante la reflexión crítica podamos frenar las injusticias cometidas en contra de ella y en contra de nuestro prójimo más vulnerable, aquel que no tiene acceso a los servicios básicos de alimentación, sanidad, de un empleo y una vivienda digna.

El Salvador no está exento de sumarse a esta realidad que ha develado también los vacíos de políticas públicas entorno al sistema sanitario y la precariedad con que se ha tratado esta cartera de estado por años. Similarmente, la carencia del aprecio al medio ambiente le ha permitido también experimentar mejoras en la calidad del aire frente a la cuarentena obligatoria impuesta desde el 21 de marzo; incluso vemos como la fauna sale temerosa de los escondites de donde se han resguardado por años los pocos ejemplares que yacen en el área metropolitana.


La pandemia del hombre ha saqueado por muchos años, es justo que por un momento nos detengamos a pensar y dejar que respire la naturaleza. Quizás los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030, a nivel de cuido y preservación del medio ambiente jamás estuvieron más presentes que nunca. No obstante, ¿Será esto una constante en el ser humano después de superar la crisis que un virus ha hecho sobre la humanidad?


Quiero pecar de inocente y dar el beneficio de la duda a la humanidad y creer que sí. Probablemente, este sea un pequeño escarmiento de que algo estamos haciendo mal, que la cura y la solución la tenemos en nuestras manos y que el mundo, aunque se haya detenido por un momento ante la vorágine despiadada de la producción y el consumo, optará por prácticas que beneficien a mantener la conexión natural que nos une con nuestra madre Tierra.

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